Renacer en medio del caos

05.12.2025

Hay días en los que la vida te detiene de golpe, como si dijera: "Hasta acá." Y vos quedás ahí, con el cuerpo adolorido, la rodilla punzante, la garganta cerrada y el alma hecha un nudo que no sabés por dónde empezar a desatar. Es extraño renacer. No empieza con luz ni con claridad ni con esas frases motivacionales que suenan tan lejanas. El renacer verdadero empieza en la sombra: en la parte de vos que tiembla, en la furia que rompe algo porque no encontró otra forma de escapar de sí misma, en ese instante donde tu voz se quiebra y tu cuerpo también.

No es una muerte; es un parto. Y todo parto duele. La vida me dejó quieta. Me obligó a parar. Me sacó la velocidad y me entregó silencio, inmovilidad y una soledad que late como un tambor. En esa quietud involuntaria descubro algo nuevo: el caos no es enemigo, es una matriz. Un útero áspero e imperfecto donde lo que fui se deshace para que lo que soy pueda nacer.
 

Me duele el cuerpo, sí, pero me duele más la parte de mí que durante años sobrevivió amando a destiempo, pidiendo migajas, corriendo detrás de sombras, gastando lo que no tenía para llenar vacíos que no eran míos. Todo eso ahora se quiebra y se desmorona. Y aunque me dé miedo, aunque me enoje, aunque quiera salir corriendo, sé que es necesario. Porque en el fondo —bien al fondo— aparece un murmullo suave que nunca antes había escuchado: "Es hora."

Es hora de habitarme, de elegirme, de nacer sin pedir permiso, de reconstruir mis huesos, mi vida, mis creencias y mi modo de amar. Renacer no es volver a ser la de antes. Es animarme a ser quien todavía no conozco. Y acá estoy, con lágrimas en los ojos, con la rodilla inmóvil, con la voz gastada, pero con un corazón que —a pesar de todo— sigue encendiéndose. En medio del caos, una chispa respira, una semilla insiste y una mujer vuelve a nacer.